NOTA PUBLICADA EN EL DIARIO PÁGINA /12 – SALTA.

¿Más crecimiento económico para pocos o una alternativa sustentable?

El mundo (y la Argentina) post-pandemia:

El investigador del CONICET y del Instituto de Investigaciones en Energía No Convencional (INENCO) Lucas Seghezzo, propone debatir cuatro grandes temas: el modelo económico global, los sistemas políticos y el rol del Estado; un cambio de los modos de producción y los hábitos de consumo; inclusión social, y la cuestión ambiental.

Según el filósofo esloveno Slavoj Žižek, “parece más fácil imaginar el ‘fin del mundo’ que un cambio mucho más modesto en el modo de producción, como si el capitalismo liberal fuera lo ‘real’ que de algún modo sobrevivirá, incluso bajo una catástofre ecológica global[1] . Según Žižek, esta forma de pensar obedece a cuestiones esencialmente ideológicas, vinculadas a la imposición global del capitalismo de libre mercado como único sistema económico aceptado. Pero esta actitud también se puede asociar, según la neurocientífica Tali Sharot[2] , a que el optimismo estaría naturalmente incorporado en la psiquis humana. Esta teoría explicaría, al menos en parte, el hecho de que mucha gente se resiste a creer que le vaya a ocurrir alguna desgracia porque las cosas malas les pasan a “los otros” (los chinos, los europeos, mis vecinos, los ancianos). Pero entonces llegó el coronavirus, la crónica de una pandemia anunciada. Al ocultamiento inicial del problema siguió una etapa de subestimación por parte de muchos líderes globales y nacionales. Este sorprendente menosprecio fue gradualmente reemplazado, en la mayoría de los países, con la adopción de políticas de detección, contención y mitigación más acordes con las sugerencias de instituciones científicas diversas y las directivas de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Si bien todavía estamos luchando a brazo partido contra el coronavirus, algunos ya empiezan a debatir sobre cómo será, o debería ser, el mundo después de la pandemia. Foreign Policy, una revista estadounidense especializada en temas globales, solicitó a varios pensadores de renombre que den su opinión sobre cómo será el mundo y la economía post-pandemia[3] .

Las posturas están divididas. Algunos pronostican consecuencias puramente negativas, tales como alteración de las cadenas productivas, luchas de poder agravadas entre potencias, contracción de la economía global, inestabilidad política y conflictos generalizados entre países o dentro de los países.

Se espera también un reforzamiento de los Estados en el marco de un resurgimiento del nacionalismo y una reducción de la cooperación internacional. En esta nueva etapa, como siempre, se supone que los países pobres sufrirán más que los ricos.

Otros ven un escenario balanceado entre aspectos negativos y positivos. Auguran cambios en el sistema económico mundial, el cual podría ingresar tanto en una etapa de mayor regionalización estratégica como en una globalización acentuada con China como nuevo epicentro.

Por último, hay opiniones que resaltan las posibles enseñanzas y aspectos positivos que podría dejar esta pandemia, indicando que el ser humano se sobrepondrá a esta situación pero no gracias a las decisiones políticas de sus dirigentes sino en virtud de su espíritu de solidaridad y sacrificio.

Los más optimistas creen que, si bien puede haber más nacionalismo al principio, a largo plazo se va a retomar la cooperación internacional. Desde el punto de vista económico, los posibles aspectos positivos serían una reducción de las ganancias empresariales de corto plazo pero con más estabilidad económica y resiliencia productiva en el mediano y largo plazo.

Llama la atención que ninguno de los expertos consultados haya prestado atención a los inesperados efectos ambientales positivos de la pandemia. En muchos lugares del mundo se observaron ríos y lagos más limpios, mejoras en la calidad del aire y un rápido regreso de la fauna silvestre a zonas urbanas, por citar sólo algunos ejemplos.

Se pueden extraer muchas enseñanzas ambientales de esta tragedia sin necesidad de caer en ese ambientalismo “oscuro” que ve al ser humano como la peor de las plagas y celebra de manera macabra esta tragedia como un mecanismo de defensa natural del planeta.

Tampoco se resalta que la ciencia y la tecnología jugarán, o deberían jugar, un rol más central en la toma de decisiones futuras, no solamente en situaciones de desastre, sino también en la planificación de un mundo más equitativo y sustentable.

La pandemia evidenció, de manera a veces grotesca, el alarmante nivel de ignorancia, incompetencia y soberbia de muchos líderes políticos.

También mostró hasta qué punto las decisiones basadas en evidencias científicas son las que producen los mejores resultados.

Finalmente, y quizás lo más sorprendente de todo, es que ninguna de las opiniones expresadas cuestiona de manera fundamental las bases ideológicas del modelo económico global. En ese sentido, el coronavirus no sería el único responsable de esta crisis, sino sólo un elemento catalizador que aceleró procesos en marcha hace mucho tiempo y puso de manifiesto las deficiencias de un sistema que genera desigualdades cada vez más acentuadas entre países y dentro de los países.

Quizás sea el momento de empezar a debatir más seriamente un sistema alternativo. El economista y filósofo francés Frédéric Lordon considera que es necesario reforzar lo que él denomina las “instituciones de la salud y el desarrollo humano”.

Entre las primeras, menciona a la medicina, las prácticas sociales de cuidado del cuerpo, la atención a la cuestión ambiental y nuevas formas de agricultura; entre las segundas, a la educación, los medios de comunicación y los espacios sociales para fomentar la creatividad.

Estas instituciones deben proveer los “medios de tranquilidad material determinados socialmente” para que la subsistencia no dependa de actores sobre los que no se tiene ningún poder. Lordon no propone un plan concreto para la realización de estas propuestas, que él considera sólo como “principios” y no como guías para la acción.

Según él, cada país o región debería realizar un ejercicio de planificación para lograr que estas ideas no se queden empantanadas en el terreno paralizante de la política y la economía tradicionales. De hecho, muchos sociólogos, economistas y activistas de todo el mundo están discutiendo acaloradamente sobre lo que deberíamos hacer luego de esta pandemia.

Hace pocos días, un grupo de 174 académicos holandeses emitió un manifiesto en el que le piden al gobierno de su país que ponga en práctica estrategias para lo que ellos llaman el “desarrollo post-neoliberal”.

Propuestas similares están siendo elaboradas por varios centros de investigación y redes de cooperación en temas económicos, sociales y ambientales. Argentina no es ajena a los problemas que afectarán al mundo post-pandemia y, dependiendo de las decisiones que tomen el gobierno nacional y los gobiernos provinciales, podremos hacer que esta tragedia nos deje alguna enseñanza o seguiremos como si nada, expuestos a que la próxima crisis pueda ocasionar una tragedia aún peor.

Considero que hay, al menos, cuatro grandes temas que se deberían debatir en el seno de la sociedad argentina (y también a nivel global).

En primer lugar, la pandemia puso ante nosotros una oportunidad histórica para rediscutir el modelo económico global, los sistemas políticos y el rol del Estado. Parece cada vez más evidente que necesitamos una nueva teoría económica y política que no se base solamente en la eficiencia económica y la mano invisible del mercado como los únicos árbitros de la toma de decisiones y que no esté centrada obsesivamente en el crecimiento económico como único indicador de desarrollo y progreso social.

La teoría del “decrecimiento” podría aportar mucho a este debate. Para el filósofo francés Serge Latouche, uno de sus precursores, el consumo excesivo no es una tendencia natural del ser humano sino una necesidad artificial impuesta por el sistema económico ya que, según él, “la gente feliz no necesita consumir”. Está claro que la parálisis económica actual, con su inaceptable nivel de desempleo y sufrimiento social, no tiene absolutamente nada que ver con la filosofía del decrecimiento, pero lo que demuestra esta crisis es que el decrecimiento no sólo es necesario sino también posible.

En segunda instancia, quedó de manifiesto que es necesario cambiar los modos de producción y los hábitos de consumo. Hay que definir nuevamente el rol de la producción global, nacional y regional, no solamente qué y cuánto producir sino también dónde producir, quién produce y para quién se produce.

Las “necesidades” humanas no son infinitas, como presuponen la economía neoclásica y la propaganda comercial para fomentar el consumismo de unos pocos. En una nueva ética de la sustentabilidad podremos “avanzar hacia estilos de vida inspirados en la frugalidad[4] , limitando voluntariamente el consumo sin necesidad de restricciones autoritarias y liberando los recursos necesarios, que ya no serán escasos sino abundantes, para satisfacer las necesidades de los más vulnerables.

En tercer lugar, es imperativo mejorar todos los indicadores de inclusión social, tanto en países ricos como en países pobres. La inclusión social exige una lucha sin cuartel contra el hambre, la pobreza, la desnutrición infantil, la exclusión educativa, la falta de acceso a servicios esenciales y toda otra desigualdad sistémica.

Esta inclusión social va casi siempre de la mano de la inclusión laboral. En un nuevo esquema productivo y económico se deberá facilitar el ingreso a la economía formal de todos los trabajadores, ya sea con un trabajo digno, seguro y útil, o con un ingreso universal por persona, en un contexto de bancarización y digitalización total de las transacciones comerciales, no sólo para evitar la evasión fiscal y el lavado de dinero, sino también para facilitar la llegada rápida de la ayuda estatal en tiempos de crisis.

Por último, no podemos seguir subestimando la cuestión ambiental. Según la WWF (World Wide Fund for Nature), está comprobado que la destrucción y alteración de la naturaleza “facilita la propagación de patógenos, aumentando el riesgo de contacto y transmisión al ser humano”. Por lo tanto, se podría decir que la culpa de las pandemias es nuestra. Para ser realmente sustentables, la producción y el consumo no deben nunca sobrepasar la capacidad de carga del planeta, la cual deberá ser constantemente determinada y monitoreada por una ciencia que no puede estar subordinada al lucro empresarial. Una actitud verdaderamente diferente hacia la naturaleza también nos obliga a considerar a algunos de sus componentes como nuevos sujetos de derecho y no como meros objetos que pueden ser utilizados como “recursos” para satisfacer las necesidades humanas.

Viendo la rápida reacción global frente al coronavirus, sería esperable y hasta exigible una respuesta similar a otros problemas socio-ambientales tales como el cambio climático, como piden las Naciones Unidas y los activistas ambientales.

Esta lista de temas no es nueva ni original ya que ideas similares se vienen discutiendo hace décadas. Es también obviamente incompleta y necesariamente polémica. Las propuestas a nivel nacional o regional tampoco pueden ser una mera copia de aquellas generadas en círculos académicos de países desarrollados, por más respetables que sean.

Nosotros debemos sumar la sabiduría colectiva de las otras culturas que componen el Sur global y revalorizar los modelos alternativos de desarrollo que ya existen en muchas de esas sociedades ancestrales. No será fácil traducir ideas abstractas a políticas específicas, pero esta traducción es ineludible si no queremos quedarnos en una interesante pero potencialmente inútil discusión moral o ideológica sin correlato alguno en prácticas transformadoras de la realidad.

Habrá seguramente fuerte resistencia desde muchos espacios hoy ocupados por los poderes políticos y económicos tradicionales. La probabilidad de que el mundo (o nuestro país) decida embarcarse en todos o algunos de estos cambios quizás sea baja, pero la tragedia del coronavirus nos ha dado una oportunidad única para pensar y hacer cosas que hasta hace pocos meses parecían inconcebibles.

*Dr. en Ciencias Ambientales. Investigador Independiente del CONICET. Profesor de Sociología Ambiental en la Universidad Nacional de Salta (UNSa)

[1] Žižek, S. (compilador) (2008). Ideología. Un mapa de la cuestión. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

[2] Sharot, T. (2012). The optimism bias: A tour of the irrationally positive brain. Londres: Random House.

[3] Ver: https://foreignpolicy.com/2020/03/20/world-order-after-coroanvirus-pandemic/

[4] Leff, E. y otros (2002). Manifiesto por la vida. Por una ética para la sustentabilidad. Ambiente & Sociedade 5(10), 1-14.